Ojalá.

Lo siento tanto. No pude siquiera mirarle a los ojos. Se me caía la cara de vergüenza... ¿Cómo podemos llamarnos personas y permitir que esto ocurra?
El pobre hombre yacía en la calle. Las muletas a su lado. Masajeaba su cansada pierna.
Correr por el paseo marítimo unos veinte minutos pudo debilitar mis piernas. Pero éste pobre hombre sólo posee una y vive recorriéndolo. Porque no tiene casa. No tiene comida. No tiene, apenas, ya vida. No posée más que ése par de raídas muletas. Unos ojos que suplican que se les devuelva la vida. Un estómago que ruge porque hace días que no recibe proteínas. Un alma en pena.


Lo siento tanto. No pude siquiera mirarle a los ojos. Porque en ese instante me di cuenta de que tengo demasiada suerte y había pasado la tarde entera lamentándome por mí. Maldita egoísta. Ojalá... Ojalá las cosas no fueran así. Ojalá este deseo que vive en mí se haga realidad porque lo quiero ayudar. Quisiera volver atrás y dedicarle una sonrisa a este hombre. Prometerle que no me separaré de su lado hasta que no me la devuelva. Descifrar el por qué de su terrible situación. Conseguir hacer algo. Darle la vuelta al mundo. A la forma de mirar de la gente que le da lugar a ser de tal manera. Me gustaría no estar escribiendo estas líneas. Porque nos llamamos civilizados y permitimos que en nuestras calles duerman nuestros hermanos. Porque vamos de la mano de homófobos, fascistas, xenófobos, misóginos, demás engendros...
Porque dije que ellos se lo han buscado.
Y porque pensé que con el Dios que inventan tendrían bastante.
Y no es así.
Necesito respuestas. Y las necesito ya.

Comentarios