It's just another lemon tree...
El vocalista de “Fools Garden” sólo ve un amarillo árbol limonero. Me siento identificada con él. No porque yo sea tan cerrada que sólo veo un arbolito cuando me hablan del cielo azul, sino porque yo también me siento confusa, y me pregunto. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Para qué?
Y así me gano el nombre de “la niña filósofa”, porque sé pensar. Y amo pensar. Aunque la razón sea una ladrona. Por eso últimamente escribo tan poco. He mandado a pasear a mi alma, echando por tierra sus pobres excusas bañadas en sentimientos humanos. Llámame fría. Y seguiré siendo la persona más caliente en kilómetros a la redonda. La lógica también tiene sitio para el amor y cosas así, pero nunca me hará llorar. No puedo resignarme ante las hipótesis. Por eso hace tanto tiempo que no lloro. Porque la razón lo abarca todo, pero lo enseña con distinto foco al del alma. La razón me dice que las lágrimas son un reflejo ante la “suciedad” en los ojos. A mí no se me ensucian los ojos, yo me pongo triste.
Me han dicho que esta edad es preciosa. No quiero ni imaginarme lo increíblemente horribles que serán entonces los treinta, por ejemplo. Yo me quedo con los curiosos tres y cuatro añitos. Donde los juguetes cobraban vida por la noche. Mi carita era el más experimentado lienzo. Mi hermanito, el causante de los más terribles celos. Y los vestiditos y los tacones, mi más ansiado sueño. Donde aprender era una obligación elegida por mí. Donde las lágrimas no eran un numás de tristeza. Eran un simple pretexto con tal de llamar la atención. Donde la sonrisa era mi mejor amiga. Y mis mejores amigas serían mis amigas hasta el fin de nuestras vidas. Donde la poligamia era legal. Donde la música me poseía y me arrastraba a bailar sin parar. Donde sólo veía un amarillo árbol limonero, sólo porque no conocía otra cosa que no fuera la felicidad.
Y así me gano el nombre de “la niña filósofa”, porque sé pensar. Y amo pensar. Aunque la razón sea una ladrona. Por eso últimamente escribo tan poco. He mandado a pasear a mi alma, echando por tierra sus pobres excusas bañadas en sentimientos humanos. Llámame fría. Y seguiré siendo la persona más caliente en kilómetros a la redonda. La lógica también tiene sitio para el amor y cosas así, pero nunca me hará llorar. No puedo resignarme ante las hipótesis. Por eso hace tanto tiempo que no lloro. Porque la razón lo abarca todo, pero lo enseña con distinto foco al del alma. La razón me dice que las lágrimas son un reflejo ante la “suciedad” en los ojos. A mí no se me ensucian los ojos, yo me pongo triste.
Me han dicho que esta edad es preciosa. No quiero ni imaginarme lo increíblemente horribles que serán entonces los treinta, por ejemplo. Yo me quedo con los curiosos tres y cuatro añitos. Donde los juguetes cobraban vida por la noche. Mi carita era el más experimentado lienzo. Mi hermanito, el causante de los más terribles celos. Y los vestiditos y los tacones, mi más ansiado sueño. Donde aprender era una obligación elegida por mí. Donde las lágrimas no eran un numás de tristeza. Eran un simple pretexto con tal de llamar la atención. Donde la sonrisa era mi mejor amiga. Y mis mejores amigas serían mis amigas hasta el fin de nuestras vidas. Donde la poligamia era legal. Donde la música me poseía y me arrastraba a bailar sin parar. Donde sólo veía un amarillo árbol limonero, sólo porque no conocía otra cosa que no fuera la felicidad.
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