a#
Uno de mayo de dos mil nueve. Aquel día se celebraba en la playa el típico festivo de comer sardinas. Me desperté cerca de las once de la mañana y seguí mi aburrida no rutina de sábado. Después de comer, mis padres me acercaron a la playa. A día de hoy, aún me pregunto por qué estaría ella tan feliz de verme y tan cariñosa. Todo esto teniendo en cuenta lo fría y borde que siempre ha sido. Lo peculiar es que me dio hasta un abrazo. Me alcanzó una pala y empezamos a jugar. Llegaron amigos, otros se fueron. El cielo empezó a nublarse, pero nuestro cálido espíritu adolescente no nos impidió seguir bañándonos en el gélido mar. Incluso tomamos helados y bebimos refrescos congelados. ¿Morbo? No creo. Era solo una tarde más en la playa.
Serían las ocho cuando solo quedábamos nosotras cuatro. Quienes creíamos que seríamos amigas por siempre. Tal y como dice esta preciosa canción de Queen. Melodía que está consiguiendo que mis ojos se aneguen en lágrimas. Hablo de aquel atardecer. Ella fue a por tabaco, y cuando volvió, con el cigarro en la boca, sonreía tanto como a primeras horas de la tarde. El humo envolvió la atmósfera. Y daba igual que yo odie fumar. Porque sólo soy otra hipócrita más. En aquellos momentos ninguna habría sido capaz de imaginar los hechos que acontecerían transcurridos cinco días. Y así de ignorantes, seguimos riendo hasta la más estúpida de las gracias y discutiendo hasta el más inquietante de los asuntos, siempre y cuando no fuera político o religioso. ¡Pequeña atea, pequeña anarquista! Siempre tan segura de todo…
Cenamos pizza, ya no en la playa, sino en un patio de colegio. Si la vagueza no hubiera podido con nosotras, seguramente habríamos estado patinando, como acostumbrábamos a hacer. En fin, gaje de los catorce años. Echamos a andar hacia su casa. Nos turnamos para ducharnos, nos pusimos los pijamas y cantamos un rato. Hicimos la tradicional sesión de fotos de niñas pintorreadas con todo el maquillaje posible, tacones y pijamas. ¿Ridículo? No, no seas aguafiestas. Tarde, muy tarde, nos dormimos.
Aquel atardecer en la playa… Si hubiera tenido que contestar cual era mi estado de ánimo aquel día habría dicho “soy feliz”. Porque no puedes ser feliz por ti solo, necesitas compañía. ¿Qué pasa si esa compañía llega a ser querida? Que las llamas amigas. ¿Y si sucede algo? Te sientes infeliz. Aunque no lo seas. Porque siempre habrá alguien.
No me gusta este final abrupto y vulgar. Mas no es sencillo explicar lo que se siente, cuando ya no sientes nada. Ojalá… Ojalá no estuviese rompiendo una promesa… “Nunca te arrepientas de lo que hiciste” me dijo mi jamaicano favorito. Mas lo siento, me arrepiento de aquel seis de mayo. Porque por su culpa nunca volveré a verla raramente cariñosa.
Serían las ocho cuando solo quedábamos nosotras cuatro. Quienes creíamos que seríamos amigas por siempre. Tal y como dice esta preciosa canción de Queen. Melodía que está consiguiendo que mis ojos se aneguen en lágrimas. Hablo de aquel atardecer. Ella fue a por tabaco, y cuando volvió, con el cigarro en la boca, sonreía tanto como a primeras horas de la tarde. El humo envolvió la atmósfera. Y daba igual que yo odie fumar. Porque sólo soy otra hipócrita más. En aquellos momentos ninguna habría sido capaz de imaginar los hechos que acontecerían transcurridos cinco días. Y así de ignorantes, seguimos riendo hasta la más estúpida de las gracias y discutiendo hasta el más inquietante de los asuntos, siempre y cuando no fuera político o religioso. ¡Pequeña atea, pequeña anarquista! Siempre tan segura de todo…
Cenamos pizza, ya no en la playa, sino en un patio de colegio. Si la vagueza no hubiera podido con nosotras, seguramente habríamos estado patinando, como acostumbrábamos a hacer. En fin, gaje de los catorce años. Echamos a andar hacia su casa. Nos turnamos para ducharnos, nos pusimos los pijamas y cantamos un rato. Hicimos la tradicional sesión de fotos de niñas pintorreadas con todo el maquillaje posible, tacones y pijamas. ¿Ridículo? No, no seas aguafiestas. Tarde, muy tarde, nos dormimos.
Aquel atardecer en la playa… Si hubiera tenido que contestar cual era mi estado de ánimo aquel día habría dicho “soy feliz”. Porque no puedes ser feliz por ti solo, necesitas compañía. ¿Qué pasa si esa compañía llega a ser querida? Que las llamas amigas. ¿Y si sucede algo? Te sientes infeliz. Aunque no lo seas. Porque siempre habrá alguien.
No me gusta este final abrupto y vulgar. Mas no es sencillo explicar lo que se siente, cuando ya no sientes nada. Ojalá… Ojalá no estuviese rompiendo una promesa… “Nunca te arrepientas de lo que hiciste” me dijo mi jamaicano favorito. Mas lo siento, me arrepiento de aquel seis de mayo. Porque por su culpa nunca volveré a verla raramente cariñosa.
Comentarios