Desorden celestial.

La estela del avión me recuerda a ella. Aquella tarde tumbada en el sofá llorando. Su único escudo, sus brazos. Parecía una muñeca de porcelana rota. Me mataba verla así, pero no me permitía ni rozarla. Temía que fueran mis manos quienes su recuerdo mancillaran. Con un gritito desgarrador me ahuyentó cuando, por enésima vez, me acerqué a ella con el propósito de consolarla.
Clavaste una guadaña en el recoveco más vacío de su alma. Ella nunca habría imaginado tal acto bajo tu mano.
Si miro al cielo es probable que perciba los restos de la estela de un avión. Desordenados uniformemente en el cielo.
Repentinamente se incorporó del sillón y se fue corriendo a su habitación. Fui tras ella. Pero cuando llegué ya había roto el espejo.

Y la estela de avión, rota en pedazos, se pierde entre las nubes, entre el sol que se está yendo, entre la luna que está llegando, entre mil y un pájaros, entre su alma conmovida que se desplaza lentamente a descansar sobre este irrisorio desorden celestial.

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