Sin título aparente.

Me siento una vez más en aquel escalón verde, deseando observar a mis compañeros pasar. Un balón, la sombra de las nubes eclipsando al sol, una mano… Terrible conspiración a favor de salvar mi mirada perdida. La música en mi cabeza desaparece periódicamente. Los últimos retazos de la negra voz de mi ídola vienen y van, dejando fluir las palabras que trasplanto a esta hoja cuadriculada de mano de un bolígrafo tomado sin permiso. La fuerza de contención que ejercen mis lagrimales equivalentes son a las que en su día hizo mi alma, el porqué de estos traumas. No todo tiene aparente explicación. Y no todas las explicaciones abarcan un todo. ¿Qué se le va a hacer? Los pros y los contras de la perfecta imperfección. No busques respuestas en la caja vacía. Limítate a suponer.

Me enfado conmigo. Otra vez. Menos mal que no me va el tema de autolesionarse, si
no no creo que estuviera escribiendo esto...
En fin, me ha vuelto a abandonar. Esta vez ni he llorado... ¿Qué te pasa?
¿Qué me pasa? ¡Ah, sí! Lo había vuelto a olvidar.

Y allí me encontraba. Las lágrimas dentro de mí fluctuaban, jugando con la rabia en mi sangre. La gente me miraba y me hablaba, dándome ánimos. Unos ánimos que nunca he necesitado. Hay algo llamado independencia. (Esto se lo tomarán realmente mal y no pienso pedir perdón.) Creo que la impotencia me jugó una mala pasada. No soy tonta. Pero a veces sí. (Esto para ellos carece de sentido, pero no para ti, ni para mí.)
Sólo habría querido que un papel, aparentemente insignificante, hubiera tenido un 5 pintado en color rojo en vez de un 1.
¿Por qué no consigo imaginarte desnuda y sí consigo imaginar una nota escolar? No lo entiendo. Poséeme. Desgañitarse. Estertor. Visceralismo. Espeluznante.

Freud lo llamó escritura automática.
Yo lo llamo mi locura.

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