¿Quién dijo...?

La chica de largas pestañas se recostó en la cama, tal y como estaba, semidesnuda. Las lágrimas recorrieron su cara aún maquillada. El tiempo pasaba y las lágrimas se tiñeron del color de la máscara. El polvo que daba color a su faz quedó impregnado en las sábanas. Y sobre la almohada, sus rizos se apelmazaban.

Desear. No lo prohibido. No lo indebido. No lo inapropiado. Sino lo malo, lo envenenado. Seres morbosos. Nos reímos si él se cae. Tomamos drogas por diversión. Y es que soy esa chica. Marcha atrás hacia el pasado y vuelvo a manchar la ropa de mi cama con mis lágrimas. Porque ansío lo que menos me conviene. Deseo los carnosos labios que, impregnados en silencio, mi corazón un día rompieron. ¡Vaya metáfora más horrible! Jamás me he desangrado… Detesto quererte. Aunque sea una sensación preciosa. Tal que pienso en ti y aparecen alas en mi espalda. Vuelo y una vez en el cielo me despojo de mis vestiduras y me baño en las algodonosas nubes.

La pregunta es, ¿me gustaría ser feliz? Creo que no.

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