Para ti. Mi más fiel amiga humana.
—Hola bonita.
—Hola…
—¿Y esa desgana de dónde proviene?
—Del bolsillo del amor.
—¿Qué pasó cielo?
—Hoy me encuentro triste…
—¿Quién partió tu corazón?
—Realmente… Realmente ni siquiera lo ha tocado…
—Ajá… Entonces es ése el quid de la cuestión. La falta de reciprocidad.
—Uf… No es tan sencillo.
—¿Entonces?
—No tengo ganas de tocar ese tema.
—¿Y qué tema quieres tocar?
—Concédeme un deseo. Dame lágrimas que llorar.
—No comprendo. ¿Qué pasó?
—Tengo un nudo en el pecho que me quiere envenenar. Quisiera desahogarme echándome a llorar. Mas, por mucho beber agua, las lágrimas no emergen.
—Mmm… ¡Qué caso tan peculiar! ¿No te has planteado que quizá no hay realmente una trama que te cause esa supuesta pena.
—No te entiendo.
—Siempre has tenido mucha imaginación.
—Ya… ¿Y qué? Estoy triste.
—La tristeza no implica lágrimas cariño.
—Pero yo siento que con ellas me podría liberar.
—¿Y por qué no acudes a la sonrisa?
—Porque asociar la tristeza con la sonrisa suena… Suena a tontería.
—¿Definición de tontería?
—Dicho o hecho tonto.
—¿Definición de tonto?
—Falto o escaso de razón.
—Pareces tonta simulando ser diccionario. ¿Qué es la razón? O más bien, ¿qué entiendes tú por razón? ¿Y quién dice qué posee razón y qué no?
—Ay, déjalo, no le des más vueltas por favor.
—Entonces no le des tú vueltas al llorar o no.
—Yo hago lo que quiero.
—Tú eres una niña tonta.
—¿Qué es la razón entonces para ti?
—Todo lo que tú no estás haciendo o diciendo.
—¿Y por qué soy yo el punto de referencia?
—Porque eres mi mundo.
—Qué bonito…
—Basta ya de puntos suspensivos.
—¿Por qué?
—Porque lo digo yo.
—Entonces eres cruel. Y una dictadora.
—¿He de recordarte que eres tú quien decide?
—No.
—Mejor así.
—¿Te lo cuento?
—Sólo si quieres.
—Es que quiero, pero siento que es algo tan mío…
—Reitero, haz lo que desees.
—Entonces aunaré fuerzas —suspira—. Verás, creo que me he enamorado.
—Ajá…
—¿No habías dicho basta acerca de los puntos? Bah, el caso es que creo que es el momento equivocado.
—Si amas, el reloj del amor tiene opción de pausa.
—Esperaré…
—Pero no sentada.
—Ni de pie.
—Exacto. Sigue viviendo. Aunque te duela.
—Uff… Si me lo dices tú…
—Todo llega…
—No hay nada imposible.
—¡Genial!
—¿De qué te asombras? Difícil es no contagiarse, al menos un poquito, de tu optimismo.
—Já, lo logré. Sonríe, ¿sí? No te recluyas en las palabras de Pedro Calderón de la Barca.
—Hola…
—¿Y esa desgana de dónde proviene?
—Del bolsillo del amor.
—¿Qué pasó cielo?
—Hoy me encuentro triste…
—¿Quién partió tu corazón?
—Realmente… Realmente ni siquiera lo ha tocado…
—Ajá… Entonces es ése el quid de la cuestión. La falta de reciprocidad.
—Uf… No es tan sencillo.
—¿Entonces?
—No tengo ganas de tocar ese tema.
—¿Y qué tema quieres tocar?
—Concédeme un deseo. Dame lágrimas que llorar.
—No comprendo. ¿Qué pasó?
—Tengo un nudo en el pecho que me quiere envenenar. Quisiera desahogarme echándome a llorar. Mas, por mucho beber agua, las lágrimas no emergen.
—Mmm… ¡Qué caso tan peculiar! ¿No te has planteado que quizá no hay realmente una trama que te cause esa supuesta pena.
—No te entiendo.
—Siempre has tenido mucha imaginación.
—Ya… ¿Y qué? Estoy triste.
—La tristeza no implica lágrimas cariño.
—Pero yo siento que con ellas me podría liberar.
—¿Y por qué no acudes a la sonrisa?
—Porque asociar la tristeza con la sonrisa suena… Suena a tontería.
—¿Definición de tontería?
—Dicho o hecho tonto.
—¿Definición de tonto?
—Falto o escaso de razón.
—Pareces tonta simulando ser diccionario. ¿Qué es la razón? O más bien, ¿qué entiendes tú por razón? ¿Y quién dice qué posee razón y qué no?
—Ay, déjalo, no le des más vueltas por favor.
—Entonces no le des tú vueltas al llorar o no.
—Yo hago lo que quiero.
—Tú eres una niña tonta.
—¿Qué es la razón entonces para ti?
—Todo lo que tú no estás haciendo o diciendo.
—¿Y por qué soy yo el punto de referencia?
—Porque eres mi mundo.
—Qué bonito…
—Basta ya de puntos suspensivos.
—¿Por qué?
—Porque lo digo yo.
—Entonces eres cruel. Y una dictadora.
—¿He de recordarte que eres tú quien decide?
—No.
—Mejor así.
—¿Te lo cuento?
—Sólo si quieres.
—Es que quiero, pero siento que es algo tan mío…
—Reitero, haz lo que desees.
—Entonces aunaré fuerzas —suspira—. Verás, creo que me he enamorado.
—Ajá…
—¿No habías dicho basta acerca de los puntos? Bah, el caso es que creo que es el momento equivocado.
—Si amas, el reloj del amor tiene opción de pausa.
—Esperaré…
—Pero no sentada.
—Ni de pie.
—Exacto. Sigue viviendo. Aunque te duela.
—Uff… Si me lo dices tú…
—Todo llega…
—No hay nada imposible.
—¡Genial!
—¿De qué te asombras? Difícil es no contagiarse, al menos un poquito, de tu optimismo.
—Já, lo logré. Sonríe, ¿sí? No te recluyas en las palabras de Pedro Calderón de la Barca.
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