Supongo que pudimos tenerlo todo.

Soy una pésima poeta que ha recortado en tres mil trocitos su poema, he untado tus labios de miel y con vagos movimientos pongo en tu boca las palabras que quise escuchar algún día del pasado en que me tumbo con regularidad, aunque Harold MacMillan me lo prohibió.
Cielo, ¿pretendes seguir apareciendo en mis sueños durante mucho más? Porque creo recordar que te desterré de mi cabecita masoquista y enamoradiza. ¿A quién pretendo engañar? Pero si soy yo quien te llama a gritos, buscándote en este laberinto de sintagmas sin sentido.
Querido, ¿te fue bien en la vida? ¿Encontraste la horma de tu zapato? ¿O acaso no existe pie tan grande? Jamás amé a persona tan humilde y soberbia a la vez. Más bien jamás amé.
¿Alguna vez te has encontrado en la situación de desear fervientemente que alguien saliera de la misma sala en que estabas y, al marcharse, necesitar imperiosamente que volviera? Respirar el mismo aire.
Amor mío, sé que esta es una carta que, no solo no recibirás, sino que refleja tristemente emociones que no saldrán a flote. Sé que no tuvimos la oportunidad; ninguno salió en su busca y captura. Pero pudimos tenerlo todo.

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