Si es cuestión de ojillos, pues toma ojazos.

Hasta la más leve de las brisas, en este presunto verano anticipado, es capaz de perturbar la uniformidad de sus infinitamente largas pestañas. Sus ojillos entrecerrados iluminan más que el sol. Una envidia de niña, reluciente cual flor. Le preocupaba su belleza, cuando irradiaba esplendor. Intenté animarla, pero se encerraba en su propio rencor.

Se le metió entre ceja y ceja construir. Quería ser una pequeña arquitecta. Así que tomó papel y se dejó influir por la inspiración innata, es decir, estaba a punto de fracasar. Una tormenta de ideas sacudió estruendosamente su cabeza. Tuvo que hacer una elección, planificó hacer una estrellita como esa anaranjada que me regaló una preciosa personita a la que quiero tela, telita. Empezó y falló. Ídem. Ídem de ídem. Otra vez igual.
Así la niña de ojos claros lo intentaba. Con sus deditos de princesa, con sus soplidos de lobo feroz, pero la estrellita de papel no cobraba vida. Un resoplido de apatía, renunció a la creación de su universo papirofléxico. Y esta historieta carece de importancia porque la zagala de ojos verdes y pestañas infinitamente largas, tomó lápiz y papel, y se resignó así a vivir en un mundo en que estudiar es prioridad.



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