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Mostrando entradas de diciembre, 2010

La salle de bains.

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Sí, es oro todo lo que reluce. Me deshago de mi albornoz de seda para acabar tal cual Dios me trajo al mundo. Voy a tomar un baño. Entro en mi salle de bains, una habitación de exquisita decoración. El lavabo, la bañera y cada detallito son de oro pulido. Abro los grifos, deseo sumergirme en agüita templada. Escojo cuidadosamente distintas sales y variadas esencias, da lugar el nacimiento de numerosos estilos de pompas. Abro el armarito a la izquierda del espejo redondo situado encima del lavabo, tomo un trocito de algodón y lo empapo en desmaquillante. Adiós tenue sombra aterciopelada, adiós máscara, adiós lápiz de ojos. Más algodón y más crema. Adiós base de maquillaje y colorete, buen viaje lápiz de labios. ¡Ups! Un pequeño descuido casi me cuesta una inundación. Cierro los grifos. Tiro en la dorada papelera los algodoncitos contaminados e inauguro mi solitaria fiesta del baño. Me meto en la bañera con el pie derecho (la suerte ha de sonreírme, para eso le pago), meto el pie izq...

Viajes en tren.

Mis lágrimas quieren llorar en compañía de la soledad. No hay causa, ni habrá consecuencia. No tiene origen, ni tendrá fenecer. Uff, maldita ignorancia, me perturba y me persigue hasta que enuncie el catorceavo "no sé". Me cae mal. Quisiera despojarme de esta camisa llena de parches (100% infalibilidad de mal género), pero tengo miedo a dar más de lo que tengo y que entonces mi recuerdo sea poco más que polvo en el viento disuelto. Hermanos a mis lados, aun así en dieciséis años de vida sólo he encontrado a tres personas a quienes denominar de este modo. Ay pobre de ella que se rindió ante la más falaz de las batallas mientras su llanto aumentaba equivalente a su sentimiento de culpabilidad ya que la pequeña Kamala está en alguna esquina perdida de Asia, muriendo de hambre y preguntándose a dónde habrán mandado a su hermano mayor. Es injusto. Es un hecho conocido que así es, se hallan ejemplos a raudales: "estoy muerta de frío", "tengo hambre", condenas ...

No lo dejaré pasar.

Gracias por ser quien fuiste. Por hacerme reír, por hacerme llorar. Por escuchar mi risa pueril y por recoger en una botellita mis lágrimas. Celestina griega. Sí, lo prometo. La amistad es como una boda más. "Yo te amaré hasta que..." proseguido de un eterno sinfín de juramentos. ¿Cuántas personas llegan a la tumba sin pecar? ¡Oh! El juego de los intercambios de amor-odio. No, me niego. Hay ojitos que se quedan grabados en la mente. Y pasa el tiempo. La gente tiene carencias mentales en la sección de memoria. Pero es que son verdes, joder. Así que no, no los olvidaré. No tengo hambre. Como por comer. No estoy aburrida. Juego por jugar. No tengo ganas de morir. Me corto por cortar. No tengo inspiración. Escribo por escribir. No tengo basurilla en los ojos. Lloro por llorar. No tengo sed. Bebo por beber. No te amo. Me rayo por rayar. No estoy sucia. Me baño por bañarme. Es la vida. No sé qué significa sufrir. Porque en mi cabecita imagino constantemente hechos. Creo ...

Comienzo.

Mi respiración dura menos que un latido y mi corazón no se da un respiro. Enfermedad infecciosa que ni siquiera necesita ser diagnosticada por un médico; se llama apatía. No se cura con medicinas, no hay antídotos, en pocas palabras, no hay manera conocida de erradicarla. Fortuitamente no es letal. Pero hace de tu existencia una tragedia. Comienzas a apodarte “drama queen” porque todo parece carente de solución (he aquí un símil entre la enfermedad y uno de sus síntomas), no tienes ganas de hacer nada (porque lo poco que haces, lo haces sin ganas), estás incómodo dondequiera que estés, nada satisface tus necesidades (se desconoce si los enfermos de apatía tienen necesidades que puedan colmar o si al menos tienen necesidades) y escribes un montón (seas escritor o no) porque tienes quejas, muchas, bastantes. Un día, cansado de que te digan que cansas, te vistes bonito, llamativo y te vas a dar una vuelta al pasillo de los sentidos. Tocas, ves, oyes, saboreas, hueles. ¿Y cómo te encuentra...

Espejito, espejito...

Admírala. ¡Es tan graciosa! Admírala. Moviendo el polisón añil con tanto arte. Rompe sus capilares con el fin de ruborizarse. Toma otro suave trago de ginebra. Da una calada y suelta una esponjosa nube cargada de tabaco. El carmín de sus labios sonrosados queda sellado en el desgastado vaso. A su lado pasa el camarero, ella levanta la mano, abre la boca y lo pide: un caramelo de vainilla. El más dulce de los sabores, el más empalagoso de los olores. Una voz oscura, bonita y clara: “un caramelo de vainilla, por favor”. La dependienta suelta, torpemente, sobre el mostrador una pequeña bolsita. Una pastilla redonda y amarilla dentro. Con voz tosca le pide el dinero. Ella paga, toma la bolsita y se marcha. Una vez fuera del ultramarino se desliza lentamente, con sus andares de cisne. Se sienta a los pies de un árbol viejo y torcido. Se mete en la boca el caramelo y lo saborea. La esencia del susodicho se vuelve reiterativa en sus papilas. Puedo relatar mis antiguas vidas en tercera p...

Una travesía traviesa.

Viernes tres de diciembre de dos mil diez. Cita a las 15h00. Nervios desde las 6.h5 de la mañana. Una continua cuenta atrás hacia el momento que no anhelaba mientras lo deseaba. [...] Ese ruido perforaba mis oídos. Mis manos sudaban fervientemente. Mis piernas no pararon de temblar ni un sólo segundo. No lo podía evitar, torturarme por voluntad propia. Estoy completa e irrevocablemente loca. Él concentrado no apartaba la mirada. Mojaba su instrumento una y otra vez en la tinta para rasgar mi piel. La aguja que iba y venía, cual tranvía. Joder, que mal lo pasé. Y, sin embargo, sonreía. Una morbosa jovencilla tumbada en la camilla de un estudio de tatuajes. Sí, lo sé, no tengo remedio. Es una más de mi larga lista de experiencias en esta vida. Y volvería a hacerlo, sin dudarlo, aunque fuera la más agresiva de las violencias numás infligidas contra mi cuerpo por afán propio. Intenté entrar en nirvana. Una, dos y tres veces. Me partí por mi ignorancia. No tengo ni puta idea del budismo...