Espejito, espejito...
Admírala. ¡Es tan graciosa! Admírala. Moviendo el polisón añil con tanto arte. Rompe sus capilares con el fin de ruborizarse. Toma otro suave trago de ginebra. Da una calada y suelta una esponjosa nube cargada de tabaco. El carmín de sus labios sonrosados queda sellado en el desgastado vaso.
A su lado pasa el camarero, ella levanta la mano, abre la boca y lo pide: un caramelo de vainilla. El más dulce de los sabores, el más empalagoso de los olores.
Una voz oscura, bonita y clara: “un caramelo de vainilla, por favor”. La dependienta suelta, torpemente, sobre el mostrador una pequeña bolsita. Una pastilla redonda y amarilla dentro. Con voz tosca le pide el dinero. Ella paga, toma la bolsita y se marcha.
Una vez fuera del ultramarino se desliza lentamente, con sus andares de cisne. Se sienta a los pies de un árbol viejo y torcido. Se mete en la boca el caramelo y lo saborea. La esencia del susodicho se vuelve reiterativa en sus papilas.
Puedo relatar mis antiguas vidas en tercera persona. Y lo hago. Es esa mi característica plutoniana, mi don terrestre. Pero no concibo esta sensación. Tengo mono de una adicción que numás he tenido. Quiero comerme los caramelos. Y no me importa ser alérgica o no a ellos. Porque los anhelo. “No se puede amar lo desconocido.” Lo sé… Pero a veces pasa y es irrevocable. Hay asuntos que una no puede decidir. Deseo desenvolverlos, introducirlos en mi boquita y disfrutar con cada lamido.
Deseo. Ahí comienzan y acaban tantas realidades que ni yo puedo contabilizarlas.
—¿En qué piensas?
—En ella.
Y hay tantas identidades enmascaradas en ese ente que me agobio y lo único que me apetece es dejar de pensar. Pero soy una idiota, porque cuando más pienso en no pensar en el asunto, más pienso en él.
Vaho de humo contaminado escapa indiscretamente de mi boca. Algo tóxico es abrazado por mis dedos congelados. Cherry descansa en mi regazo, sobre mis muslos desnudos y mi vello erizado. Mi pie está enredado en un retazo de sábana. La persiana está semi levantada. No quiero avistar ni una gota más de lluvia. Y permanecer aquí sentada mientras innumerables flores estivales fallecen solemnes. A mi izquierda hay unos cuantos acordes mugrientos, sigue sin salirme “F”. A mi derecha un bolígrafo azul de tinta y este pulcro papelito. Solo dos palabras: FUCK YOU!
Realmente estoy considerando bajarme a la papelería y hacerme con una goma de borrar. Palestina, autopista al Infierno, Revolución Francesa, Marx. Y ya de paso me compro algún caramelito.
Uf… ¡Qué mal rollo! La papelería está cerrada. Indefinidamente. Ignoro pues cómo se supone que el fénix resurgirá de sus cenizas. Cómo conseguirá ser parte de la misión cuando las ráfagas de viento invernal arrasan con los paraguas, con la esperanza de no ver ni una molécula más de H2O. Eso, realmente, no lo sé. Tendré que empezar a estudiar.
A su lado pasa el camarero, ella levanta la mano, abre la boca y lo pide: un caramelo de vainilla. El más dulce de los sabores, el más empalagoso de los olores.
Una voz oscura, bonita y clara: “un caramelo de vainilla, por favor”. La dependienta suelta, torpemente, sobre el mostrador una pequeña bolsita. Una pastilla redonda y amarilla dentro. Con voz tosca le pide el dinero. Ella paga, toma la bolsita y se marcha.
Una vez fuera del ultramarino se desliza lentamente, con sus andares de cisne. Se sienta a los pies de un árbol viejo y torcido. Se mete en la boca el caramelo y lo saborea. La esencia del susodicho se vuelve reiterativa en sus papilas.
Puedo relatar mis antiguas vidas en tercera persona. Y lo hago. Es esa mi característica plutoniana, mi don terrestre. Pero no concibo esta sensación. Tengo mono de una adicción que numás he tenido. Quiero comerme los caramelos. Y no me importa ser alérgica o no a ellos. Porque los anhelo. “No se puede amar lo desconocido.” Lo sé… Pero a veces pasa y es irrevocable. Hay asuntos que una no puede decidir. Deseo desenvolverlos, introducirlos en mi boquita y disfrutar con cada lamido.
Deseo. Ahí comienzan y acaban tantas realidades que ni yo puedo contabilizarlas.
—¿En qué piensas?
—En ella.
Y hay tantas identidades enmascaradas en ese ente que me agobio y lo único que me apetece es dejar de pensar. Pero soy una idiota, porque cuando más pienso en no pensar en el asunto, más pienso en él.
Vaho de humo contaminado escapa indiscretamente de mi boca. Algo tóxico es abrazado por mis dedos congelados. Cherry descansa en mi regazo, sobre mis muslos desnudos y mi vello erizado. Mi pie está enredado en un retazo de sábana. La persiana está semi levantada. No quiero avistar ni una gota más de lluvia. Y permanecer aquí sentada mientras innumerables flores estivales fallecen solemnes. A mi izquierda hay unos cuantos acordes mugrientos, sigue sin salirme “F”. A mi derecha un bolígrafo azul de tinta y este pulcro papelito. Solo dos palabras: FUCK YOU!
Realmente estoy considerando bajarme a la papelería y hacerme con una goma de borrar. Palestina, autopista al Infierno, Revolución Francesa, Marx. Y ya de paso me compro algún caramelito.
Uf… ¡Qué mal rollo! La papelería está cerrada. Indefinidamente. Ignoro pues cómo se supone que el fénix resurgirá de sus cenizas. Cómo conseguirá ser parte de la misión cuando las ráfagas de viento invernal arrasan con los paraguas, con la esperanza de no ver ni una molécula más de H2O. Eso, realmente, no lo sé. Tendré que empezar a estudiar.
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