Lluvia del 27.

Maldita, envenenada, mojada, traicionera, siniestra, maléfica, malvada, arrasadora, abusadora, devastadora, cruel, melancólica, triste, enfadada, pérfida, inicua, funesta, aciaga.
¿Acaso importa mi punto de vista de la susodicha?
Lluvia. Solía no gustarme. Pero ya está aquí y mi esperanza de que arrastre con ella todo lo inútil, maquilla completamente mi perversa y subjetiva descripción. Mi sueño de que en sus gotas haya un poquito más de paz, amor y empatía. ¿Por qué no?
Narradora protagonista.
La detesto. Y detesto que sea noviembre, 27. Detesto el invierno o el otoño. Detesto el frío. Detesto el agua que cae de las grises nubes. Chubascos y chubasqueros. Paraguas baratos que se arruinan con una brizna de viento. Imagínate con los goterones que precipitan sobre mi cabecita, el vientazo que sopla. Mejor resignarse, tirar el paragüitas a la basura y mojarse. Pasar frío. Y somos tan egocéntricos (Mundo= Europa + Norte de América + Ciertas partes de Asia) que tenemos la horrible expresión "estoy muerta de frío". Sandeces...
Lluvia. Haga frío o calor está mojada. Y no lo aguanto.
Hay desorden. Demasiado. Caen gotas, muchas, demasiadas. Acarrean motas de sal, sal que tanto amé en agosto. Remolcan toda la basura que queda estancada en algún rincón (porque olvidar no es bueno).
Ahora aquí yazgo. Pies calentitos recién levados. Un albornoz verde que cubre mi cuerpo. Mi trasero reposa sobre un pequeño sillón. Y mis manos sujetan una taza de té. Observo la odiosa lluvia. Con esperanza, sí. Pero detestándola. ¿Se puede ser más hipócrita?
Me queda un sólo deseo, no haber caído enferma para poder oler mañana el dulce aroma de un día nuevo.



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