Reflejo.

Mírala. Morirse de pena. Observo su inexpresivo rostro en el cuarteado espejo. Sonrío y me sonríe. Entonces una lágrima surca su rostro, mi rostro. Me encantaría encontrar el pañuelo que enjugue mis lágrimas y me saque esa felicidad que en mi interior yace. Porque quisiera intentarlo con plena seguridad de que lo conseguiré. No hay más razones que me obliguen a permanecer aquí. Ni yo misma me permito gozar de libertad. Tiré los sueños por la borda. No tenemos ninguna misión que vivir, sólo vivimos, algunos, muy pocos, pensamos, creamos ideas y hay quienes las llevan a cabo y quienes no, entre las personas del último grupo me encuentro yo. ¿Azar? ¿Hado? ¿Dios? Ignorancia. Se necesitan ilusiones para vivir, pero no se puede vivir de ilusiones. Soy extraña para ellos, soy extraña para mí. Soy la persona más feliz (exteriorizar) y la más infeliz (interiorizar) del mundo. También soy una mentirosa. Inutilidad. Porque incluso lo que se me da bien me sale mal. No siempre, a veces. Fracaso. Si es que tenía alguna misión, he fallado. Tenía planes, sueños que deseaba realizar. Aún no han muerto. Tenía mi vida planificada. Y entonces empezó a llover. Tuve que suspender el picnic. Y todo esto carece de sentido. Porque estoy perdida en una pequeña ciudad conocida, llevo un mapa en la mano, pero no sé salir de este callejón con salida.

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