Cómo siente, cómo siento.

Desliza sus dedos por la aldaba de la puerta al cielo. No está muerta. Tampoco viva. No se atreve a tocar.

Mis ojos se anegan en lágrimas, pero no voy a llorar. Desechar los sueños duele. Y duele, también, no poderlos reciclar. Expectativas que nos arrastraron a una felicidad superficial. Y otra vez olvidé la verdad. "Nunca" siempre me acompañará. Esto es algo que se supone yo debiera recordar. Porque nunca seré libre, nunca seré feliz. Y no lo pienso evitar.

Asesina de sueños.

Sigue ahí, frente a la puerta, indecisa. ¿Qué hacer? ¿Qué decir? ¿Qué pensar? ¿Qué creer? Si abraza la aldaba con su dulce mano. Si articula la muñeca hacia arriba y hacia abajo. Si la suelta. Si alguien abre la puerta. Si se arriesga a entrar y permanece ahí hasta el fin… ¿Qué será de ella? ¿Qué será el fin?

Si se da la vuelta. Si se marcha. Si se arriesga a no haber entrado y a permanecer, dondequiera que vaya a parar, hasta el fin... ¿Qué será de ella? ¿Qué será el fin?

Como si tomara una navaja y trazara una línea en su brazo provocándose una pequeña hemorragia. Como si penetrara con el arma blanca. Como si su brazo herido con alcohol rociara. Como si en éste la colilla del cigarro apagara.

Y esa herida nunca sana. Porque las ilusiones enfermas, las ilusiones muertas, no dejan coagular la sangre. Más bien te pudren por dentro. Y, en ocasiones, te sientes muerto.

"¿Qué hago?" repite una y otra vez. Está más perdida que nunca en su eterna vida. No hay tiempo suficiente, nunca lo hay, y analizar esta situación a corto plazo es demasiado difícil. Y hay que decidir ya. Mas, es el miedo quien decidirá. Es él quien decide qué hacer en las situaciones de presión.


Somos cobardes y masoquistas. Aunque nos arrebate la felicidad, al final siempre elegimos lo más sencillo. Total, ¿para qué arriesgar? A lo que no hemos llegado es a que siempre arriesgamos. Desde que nacemos y entramos en el juego. La única forma de escabullirse es el suicidio. Eso se lo dejo a los valientes.


Suspiro. Suspiro. Suspiro…


Pobrecita mía. "Mea culpa" proclamo, yo la he conducido hasta donde ha llegado, al filo de los sueños. Donde yace la realidad. Qué duro para mi pobre alma de niña. Ella no merece este final. Pero no sé cómo salvarla.

Aún cree en el cielo y el infierno. Incluso en los agujeros negros. Porque sigue aquí conmigo, pero está sin estar. Porque no sabe si se debe marchar. Porque duda si la echaré de menos teniendo en cuenta el daño que me ha hecho. Ella no tiene la culpa de nada. "Quédate" susurro. Aunque sepa que es ella quien decidirá.
Mientras lo hace sólo me queda llorar. Volviendo a caer en el error de ser una niña cuyo único conocimiento es soñar.

Abre los ojos tras un profundo sueño. Y se encuentra con que todo sigue igual. Momentos como estos son llamados oportunidad.

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