La joven persa.

Llegó cuando los últimos suspiros del invierno recorrían los pasillos.
Tenía un nombre que daba juego fácilmente, se llamaba Ambreed (y no, no tenía hambre and she wasn't either angry).
Antes de que hiciera su aparición estrella nos contaron que "la chica nueva es árabe". Creo que ninguno sospechamos que sería una inglesita más con aspecto de fulana.
Aquel primer día llevaba unos pantalones terriblemente cortos que poco lugar dejaban a la imaginación (y créeme cuando digo que había mucho imaginador en mi clase, mucho imaginador frustrado tras su aparición) y una camisa con demasiadas lentejuelas doradas. Llevaba bastantes colgantes de oro. Y anillos.
La piel oscura, los ojos enormes y saltones, creo que castaños. El pelo teñido de negro y liso, muy liso. Los labios carnosos, besables, pero ¡ay cuando abrió la boca! ¡Qué dentadura! No debiste sonreír, Ambreed. Y fumaba, era como una chimenea en diciembre en algún país nórdico.
Estuvo poco más de dos semanas. Le dio tiempo de hacer una fiesta en un sitio de cuyo techo cayeron condones y, paradójicamente, quedarse embarazada.
Corriose el rumor y desapareció con su ropita dorada y sus aires de superioridad persa. Como una Cleopatra cutre del siglo XXI.
Ay, Ambreed. Lo bien que lo habríamos pasado riéndonos de ti, que no contigo.

Comentarios