Traviesa travesía.

La sátira sobre los tres viajeros, del siete de diciembre de dos mil once.


[Antes de nada he de mencionar lo muy feliz que me estoy por un amigo cuyo cumpleaños he podido celebrar hoy, por primera vez, en el cole.]


Se acaba de marchar una de ellos. Una mujer de pelo corto anaranjado. No podría decir con certeza desde cuándo estaba ahí, solo sé que ni un solo segundo apartó la vista de su gran libro.
La otra mujer se montó en la segunda estación. Lo primero que me llamó la atención fue su ropa. Pantalones pirata blancos con pantys grises debajo y manoletinas negras. Un jersey también azabache y un bolso marrón con complementos dorados. No me gusta mucho. Como diría mi madre: a ella le faltan algunos caramelos en el tarro. Amo esa expresión, jamás tuve un bote de caramelos. Temblequetea su boca de finos labios. Pelo corto a duras penas liso, blanco, casi como el pantalón de lino. Me da cierto repelús.
Y él, ¡qué decir de él! Consumido por el vitiligo. ¿Mucho estrés? ¿Preocupaciones? ¿Una vida dura? Aparenta más de ochenta. Ojos azules, poco y fino pelo blanco. La cara arrugada como una uva pasa. Bonita ropa para ser abuelo. Me encantaría saber tantas cosas. Mirada perdida.
En cuanto se fue la pelirroja se movió para no estar con la rubia, no me extraña.
La robótica voz del tren anuncia que estoy ya en Torreblanca. Me despido.

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