Veintitrés de abril.
Me desperté a las 3:38 de la madrugada del penúltimo lunes de abril. Febril, transpirada, confusa, aterrorizada. Hay sueños tan buenos que pueden ser tomados como pesadillas.
A las tres, treinta y ocho. No tendría tanta gracia si la suma no fuese ese execrable número. Catorce. Catorce veces apuñalada. Catorce es el día del cumpleaños de la chica que curó mi alma y se marchó hace hoy nueve meses.
Más que cirujana del sueño fui víctima del destripador Morfeo, cirujano de hierro, que me operó en el quirófano que mi cama es. ¡Qué destrozo! Tanto sufrimiento sin anestesia. Sólo me prometieron amnesia a condición de no intentar recordar. Si tan solo le hubiese dedicado uno o dos minutos aún sabría cómo es la cara que mi subconsciente le modeló.
A las tres, treinta y ocho. No podría ser peor. No podría estar mejor planeado. Conspiración, amor, obsesión. Esto me da lo menos para una trilogía. Vendedora de sueños, muriendo de agonía.
La magnificencia estriba casi siempre en saber elegir título y poner punto final. Y, sin embargo, no hay ni una escuela en que te enseñen. Dejados de la mano de Miguel Hernández, mi dios.
A las tres, treinta y ocho. No tendría tanta gracia si la suma no fuese ese execrable número. Catorce. Catorce veces apuñalada. Catorce es el día del cumpleaños de la chica que curó mi alma y se marchó hace hoy nueve meses.
Más que cirujana del sueño fui víctima del destripador Morfeo, cirujano de hierro, que me operó en el quirófano que mi cama es. ¡Qué destrozo! Tanto sufrimiento sin anestesia. Sólo me prometieron amnesia a condición de no intentar recordar. Si tan solo le hubiese dedicado uno o dos minutos aún sabría cómo es la cara que mi subconsciente le modeló.
A las tres, treinta y ocho. No podría ser peor. No podría estar mejor planeado. Conspiración, amor, obsesión. Esto me da lo menos para una trilogía. Vendedora de sueños, muriendo de agonía.
La magnificencia estriba casi siempre en saber elegir título y poner punto final. Y, sin embargo, no hay ni una escuela en que te enseñen. Dejados de la mano de Miguel Hernández, mi dios.
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