Tristeza crónica. Es ése mi padecimiento.
Una amarga y gélida sensación recorre mi espina dorsal. Hace frío fuera, a Dios le da igual que sea primavera. Hace frío dentro, está implantado en mí como las raíces de un almendro. Debería tener alergia a los frutos secos porque no me gustan. Así debería ir el mundo. Así irá cuando yo muera y dé un golpe de estado, arrebatándole el poder a Dios. Jesús se sentará en mis rodillas, no a mi derecha. Pero eso poco importa porque se ha instalado un sistema de refrigeración en mi espalda. Yo no lo compré, y aún así tendré que pagarlo. Caro, muy caro. Espero con toda mi alma necrosada que acepten la tarjeta de El Corte Inglés porque allí sí es primavera y eso me hace mínimamente feliz.
Ayer, dieciocho de abril, fue el santo de mi futuro marido con el que no me casaré. San Perfecto y yo, la señorita de la Perfecta Imperfección. ¿No somos adorables? Hoy, diecinueve de abril, quedan dos meses para esa cosa que, para mi gusto, está mal denominada: selectividad. Ni que nos fueran a meter en un campo de concentración y fusilar a los inválidos, inútiles.
Darwin estaría disgustado. Ojalá fuese realmente una selectividad. No porque muriese alguien, sino para dejar a los inválidos fuera de las universidades.
Pero otra vez me fui del tema y se me cierran los ojitos mientras agoto la tinta de mi Paper Mate. Amo el corazoncito que lleva el nombre de la marca. Objetos tiernos. Para que no me crea tan sola y quizás para que sienta que el boli pueda aportar a mi vida el amor del que carezco. Ya sea por rechazo o por estar lejos.
Los misántropos nacemos con un grado en arquitectura bajo el brazo y una licencia para construir un muro que nos circunvala. Será por eso que me han metido este moderno aparato de aire acondicionado entre las vértebras.
Será. Lo dudo. Lo ignoro. Tal vez muera desconociéndolo. Sólo sé que tengo frío por momentos. Para qué negarlo, solo cuando te pienso. Cuando en mi zona erógena te siento y en mi mente te mento.
Tú. Que no has hecho mucho para ganar este privilegio. Supongo que hasta en mi mundo hay una sociedad de clases establecida, mi querido noble.
Tampoco lo sé. Mientras tanto, me congelo.
Comentarios