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Mostrando entradas de enero, 2011

Una historia de Yensid.

Un cuento de Disney narrado desde algún punto del universo paralelo. Un príncipe que no es tan casto sino maníaco, agonioso, terco, obsesivo compulsivo, egoísta, avaricioso, un tanto pueril, soñador et caetera. Un príncipe que se vuelve princesa. Una historia endemoniada. Prohibida. Censurada. “Robaría todos y cada uno de los imperdibles del mundo para colocarlos, desordenadamente, esparcidos por tu cuerpecito de pálida piel. Mi Blancanieves. Y soñar ser la manzana, tu manzana. Rozada por tus manitas promiscuas y tus uñas mordidas. Luego desaforadamente devorada. Besada por tus labios rojo pasión, destrozada por tus colmillos felinos y tus labios, otra vez promiscuos. Y, tras tragar mis carnes, arrojar las semillas al aire. Y, suavamente, siendo poco más que hueso, acariciar desde las puntas de tus pies hasta tus senos. Más pura que una virgen, una de las Diosney. Mas me es imposible pecar en sueños. Oh, amada mía, ¡qué delicia de pecado! Acto seguido, dispuesta a despertarl...

Ñañeñiñoñu.

Creo que nunca he destacado. No soy un bellezón, ni un cerebrito. No tengo ningún rasgo altamente llamativo. Mi personalidad demente asusta a algunos y atrae a otros, pero no soy sublime. No tengo ningún don; sé pensar y sé escribir, pero todo el mundo sabe; otra cosa es que sus copulaciones boli-papel sean fútiles. No he hecho nada asombroso, ni espantoso. Gané una vez un concursillo, algo pequeño, nada trascendental; y no fue siquiera de aquello que bien se me da. No tengo acento atractivo; no, eso queda atrás. No toco ningún instrumento y no sé si coser ni cantar. Pero, ante todo, no soy normal. No soy una zorra, ni una monja casta. No tengo BFF ni creo en el amor. Creo que sé qué me depara el futuro, necedad si tenemos en cuenta que eso lo elijo yo. No me gusta lo antiguo, lo muerto y estoy en humanidades. Detesto el dolor, pero volvería a sufrir una aguja bañada en tinta. Hablo mucho de “heal the world”, pero si mañana mi hada madrina se presentara aquí con algunos deseos sé que ...

A priori, fútil plática.

Imagen
Quise tener una guitarra, hacerme un tatuaje, poseer un móvil nuevo, comprar más ropa, probar aquello, tener esos tres libros y obtener catorce deseos. Tengo a Cherry, sufrí la aguja, me regalaron el móvil, mi armario está a punto de explotar, lo probé, los he leído y a ellos aun no los deseo (quizá porque aun no les he designado un objetivo). Van unos cuatrocientos euros sin sumar a ellos, que no tienen precio. Por lo cual me siento cara a cara con Siddharta. —Lo siento. Hace un par de meses un gilipollas me vaciló diciendo que no existe, pero sí lo hace. En mi cabeza tiene su propia voz. No hace falta percibir con los cinco sentidos básicos para creer. —Pues… Siento haber sido tan consumista. Todo lo que ansiaba llena mi cuarto, pero no mi alma. Lo admiro con deseo, ¡oh, sí!, a él también lo quiero. No lo amo, lo deseo. —Sidd, ahora quiero también tu esencia. Ríe. Se vuelve a reír. Coge aire. Y sigue riéndose. —Vale, sí, vuelvo a sentirlo. Se me ha ido la cabeza. Como suel...

Yo también quiero.

Polly, Beth, Billie-Jean, Roxanne, Angie, Mrs Jones, Layla, Jenny from the Block, Grace Kelly, Valerie, Delilah... Soy caprichosa. Y si no obtengo lo que quiero me pongo realmente fastidiosa. Actualmente lo estoy, tengo antojos. a) Deseo que alguien me escriba una canción que me haga llorar. b) Ansío que alguien me haga callar tiernamente. c) Ambicio inéditas sensaciones. d)  Me apetece que me amarren. e) Si algún día llegas (que lo harás) pretendo que no me abandones. f) Quiero que alguien me suplique. g) Codicio que alguien me admire. h) Si existe, quiero inyectármelo en vena. i) Varias cosillas más, aquí dejo espacio a lo indescriptible. Porque en conclusión, j) Anhelo enamorarme. No creo. Juro que no creo. Soy... Algo que carece de nombre propio... Soy impía en la religión del amor. Amo a mis hermanos, pero esos amantes empedernidos son poco más que un par de personas que decidieron unirse primero sexualmente y después con un anillito. Buah, sostengo mi...

Esencias hostiles.

—¿Lo hueles? —¿Su perfume? —¿Te refieres al químico? —Supongo —se deshace de la duda—. Sí. —Ah, no me refería a eso. Sino a la característica combinación de cosméticos y personalidad. —Ah… —Una persona, un perfume. —¡Guachi! Sonrío. —Oye, y yo ¿cómo huelo? —Eso depende de la manera de percibir de cada persona. Una persona, un percepción individual, un perfume. —¿Para ti? —Para mí hueles dulce y sexy. —¡Oh! —contesta deleitada. En la trenca, en un pañuelo, en mi palestina, en el pelo. En su casa, en su coche, en el colegio. En un beso, en un abrazo. Su aroma aterriza y, con cada movimiento, deja todo ente envuelto. Se marcha y deja su perfume impreso. Hasta las minucias permanecen embebidas de su aroma. La tomó. Bdaj, ¡qué asquillo! Así que tomo el objeto y en la lavadora lo meto. ¡Vete perenne esencia! ¡No te soporto! ¡No te quiero! (Bah, lo siento. Quizá me he pasado. Pero ya no puedo...) Una vez límpida, la envuelvo en torno a mi cuello, la perfumo químicamente ...

Paisajes húmedos.

Más le vale volver para el siete de febrero. Porque su ausencia me obliga a dejar el resto del espacio en blanco. El color más soso del mundo. Del sistema solar. De todo. De todo el universo. Y mientras espero sólo me queda de consuelo darle al play de estas hermosas canciones y sentirme miserable. Mientras el paisaje desdibujado que enmarca mi agridulce vida se humedece con lágrimas puras. Por favor, ruego con un pacífico pañuelo entre mis manos, por favor vuelve amada mía. It isn't all over now, baby Blue.

Conversación número dos mil once.

—A veces me da por ahí. —¿Por dónde? —Por ahí. —¿Eso dónde está? —“Eso” no es un lugar. —¿Entonces? —¿Entonces qué? —¿A qué te refieres con ese adverbio de lugar? —Es una expresión, so mema. —¡Ah! Vale —contesta queda. Me evalúa un rato con esos enormes ojos que tiene y vuelve a hablar. —Mmm… ¿Y a qué te refieres pues? Resoplo, rápidamente busco algún ejemplo sencillo y contesto impaciente. —A que se me va la olla. —¿Cómo? ¿La olla? Creí que en la cocina sólo te dedicabas a la repostería. ¡Oh Señor! ¡Qué pesada es! Va a volver a hablar cuando se da cuenta de que me estoy enfadando. Está a punto de abrir su rosada boquita, pero se frena. Me pierdo en ésta, alguna gente que tiene tanto que contar y otra tiene tan pocas ganas de escuchar. Se me ocurre compensarla, me entran ganas de besarla, pero yo también me freno. —Perdón, baby —imploro entristecida. —No pasa nada —acepta sonriente. ¡Jo, qué afortunada soy! Tiene un corazón que no le cabe en el pecho y malgasta su...