A priori, fútil plática.
Quise tener una guitarra, hacerme un tatuaje, poseer un móvil nuevo, comprar más ropa, probar aquello, tener esos tres libros y obtener catorce deseos.
Tengo a Cherry, sufrí la aguja, me regalaron el móvil, mi armario está a punto de explotar, lo probé, los he leído y a ellos aun no los deseo (quizá porque aun no les he designado un objetivo).
Van unos cuatrocientos euros sin sumar a ellos, que no tienen precio.
Por lo cual me siento cara a cara con Siddharta.
—Lo siento.
Hace un par de meses un gilipollas me vaciló diciendo que no existe, pero sí lo hace. En mi cabeza tiene su propia voz. No hace falta percibir con los cinco sentidos básicos para creer.
—Pues… Siento haber sido tan consumista. Todo lo que ansiaba llena mi cuarto, pero no mi alma.
Lo admiro con deseo, ¡oh, sí!, a él también lo quiero. No lo amo, lo deseo.
—Sidd, ahora quiero también tu esencia.
Ríe. Se vuelve a reír. Coge aire. Y sigue riéndose.
—Vale, sí, vuelvo a sentirlo. Se me ha ido la cabeza.
Como suelo huir, giro la susodicha y me marcho. En mi camino a Quiénsabedónde, cavilo y llego a una conclusión.
—Lo que en verdad quiero —susurro, esta vez para mí misma— es la esencia de la combinación de mis adjetivos favoritos —¡qué complejo!—. Quiero ser más positiva, más pacifista, más fraternal, más libre, más… Quiero ser cuantificada —¡já! Ahora sí que se me ha ido la cabecita—. Quiero aprender el arte de la amabilidad. Quiero amar y ser amada. Por lo cual me debo preguntar: ¿qué es el amor? Lo creo ignorar —jo.
GAME OVER.
Y así iba Rubén Darío, ciego y loco por este mundo amargo. Quizá debiéramos seguir sus pasos, pero no sólo ciegos sino totalmente carentes de los cinco primordiales sentidos.
Típica pregunta de examen, conclusión:
Así iré yo, con mi sentido común y mi locura por este mundo amargo. Arrojando tras mis pasos azúcar enamorado.
Tengo a Cherry, sufrí la aguja, me regalaron el móvil, mi armario está a punto de explotar, lo probé, los he leído y a ellos aun no los deseo (quizá porque aun no les he designado un objetivo).
Van unos cuatrocientos euros sin sumar a ellos, que no tienen precio.
Por lo cual me siento cara a cara con Siddharta.
—Lo siento.
Hace un par de meses un gilipollas me vaciló diciendo que no existe, pero sí lo hace. En mi cabeza tiene su propia voz. No hace falta percibir con los cinco sentidos básicos para creer.
—Pues… Siento haber sido tan consumista. Todo lo que ansiaba llena mi cuarto, pero no mi alma.
Lo admiro con deseo, ¡oh, sí!, a él también lo quiero. No lo amo, lo deseo.
—Sidd, ahora quiero también tu esencia.
Ríe. Se vuelve a reír. Coge aire. Y sigue riéndose.
—Vale, sí, vuelvo a sentirlo. Se me ha ido la cabeza.
Como suelo huir, giro la susodicha y me marcho. En mi camino a Quiénsabedónde, cavilo y llego a una conclusión.
—Lo que en verdad quiero —susurro, esta vez para mí misma— es la esencia de la combinación de mis adjetivos favoritos —¡qué complejo!—. Quiero ser más positiva, más pacifista, más fraternal, más libre, más… Quiero ser cuantificada —¡já! Ahora sí que se me ha ido la cabecita—. Quiero aprender el arte de la amabilidad. Quiero amar y ser amada. Por lo cual me debo preguntar: ¿qué es el amor? Lo creo ignorar —jo.
GAME OVER.
Y así iba Rubén Darío, ciego y loco por este mundo amargo. Quizá debiéramos seguir sus pasos, pero no sólo ciegos sino totalmente carentes de los cinco primordiales sentidos.
Típica pregunta de examen, conclusión:
Así iré yo, con mi sentido común y mi locura por este mundo amargo. Arrojando tras mis pasos azúcar enamorado.
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