Esencias hostiles.

—¿Lo hueles?
—¿Su perfume?
—¿Te refieres al químico?
—Supongo —se deshace de la duda—. Sí.
—Ah, no me refería a eso. Sino a la característica combinación de cosméticos y personalidad.
—Ah…
—Una persona, un perfume.
—¡Guachi!
Sonrío.
—Oye, y yo ¿cómo huelo?
—Eso depende de la manera de percibir de cada persona. Una persona, un percepción individual, un perfume.
—¿Para ti?
—Para mí hueles dulce y sexy.
—¡Oh! —contesta deleitada.

En la trenca, en un pañuelo, en mi palestina, en el pelo. En su casa, en su coche, en el colegio. En un beso, en un abrazo. Su aroma aterriza y, con cada movimiento, deja todo ente envuelto. Se marcha y deja su perfume impreso. Hasta las minucias permanecen embebidas de su aroma.
La tomó. Bdaj, ¡qué asquillo! Así que tomo el objeto y en la lavadora lo meto. ¡Vete perenne esencia! ¡No te soporto! ¡No te quiero!
(Bah, lo siento. Quizá me he pasado. Pero ya no puedo...)
Una vez límpida, la envuelvo en torno a mi cuello, la perfumo químicamente y la baño en mi esencia. Sí, es toda mía.

No todos son capaces de sentirla, esa pestilencia o esa satisfacción. Entonces, subestimándome, viene alguno y me suelta:
—Soy químico, pero no te entiendo.
Lo siento, amigo. Así soy yo, con mi peculiar naricilla. "Hay que ser un artista para entender a otro. Los críticos de arte no se parecen mucho a los grandes pintores." Por cierto, sabiondo aliento.

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