Conversación número dos mil once.
—A veces me da por ahí.
—¿Por dónde?
—Por ahí.
—¿Eso dónde está?
—“Eso” no es un lugar.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿A qué te refieres con ese adverbio de lugar?
—Es una expresión, so mema.
—¡Ah! Vale —contesta queda.
Me evalúa un rato con esos enormes ojos que tiene y vuelve a hablar.
—Mmm… ¿Y a qué te refieres pues?
Resoplo, rápidamente busco algún ejemplo sencillo y contesto impaciente.
—A que se me va la olla.
—¿Cómo? ¿La olla? Creí que en la cocina sólo te dedicabas a la repostería.
¡Oh Señor! ¡Qué pesada es! Va a volver a hablar cuando se da cuenta de que me estoy enfadando. Está a punto de abrir su rosada boquita, pero se frena. Me pierdo en ésta, alguna gente que tiene tanto que contar y otra tiene tan pocas ganas de escuchar. Se me ocurre compensarla, me entran ganas de besarla, pero yo también me freno.
—Perdón, baby —imploro entristecida.
—No pasa nada —acepta sonriente.
¡Jo, qué afortunada soy! Tiene un corazón que no le cabe en el pecho y malgasta sus habitaciones en parapetarme. A mí: tan humana, tan propia del siglo XXI.
Entonces, antes de que Pepito Grillo acabe con toda mi cabeza cual manzana devorada por un gusano, le doy un besito. Me da igual el resto del mundo. Sus pensamientos, sus acciones, sus loquesea.
Poco tiene de verdad afirmar en este momento que me importan, que les den, joder.
Porque ojalá abundaran personas a las que una quiere abrazar y besar y amar y respetar y más ñoñerías. Ojalá. Ahí se queda, ese deseo expresado en condicional. ¡Gracias profe de lengua! Por enseñarme que hay objetivos no-posibles.
Porque quizá alguna personita que lea estas líneas y no esté tan chalada como yo se piense que acabo de describir un beso con otras intenciones a las que yo tengo.
—Hola, hermano, te presento a la amistad.
—¿Por dónde?
—Por ahí.
—¿Eso dónde está?
—“Eso” no es un lugar.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿A qué te refieres con ese adverbio de lugar?
—Es una expresión, so mema.
—¡Ah! Vale —contesta queda.
Me evalúa un rato con esos enormes ojos que tiene y vuelve a hablar.
—Mmm… ¿Y a qué te refieres pues?
Resoplo, rápidamente busco algún ejemplo sencillo y contesto impaciente.
—A que se me va la olla.
—¿Cómo? ¿La olla? Creí que en la cocina sólo te dedicabas a la repostería.
¡Oh Señor! ¡Qué pesada es! Va a volver a hablar cuando se da cuenta de que me estoy enfadando. Está a punto de abrir su rosada boquita, pero se frena. Me pierdo en ésta, alguna gente que tiene tanto que contar y otra tiene tan pocas ganas de escuchar. Se me ocurre compensarla, me entran ganas de besarla, pero yo también me freno.
—Perdón, baby —imploro entristecida.
—No pasa nada —acepta sonriente.
¡Jo, qué afortunada soy! Tiene un corazón que no le cabe en el pecho y malgasta sus habitaciones en parapetarme. A mí: tan humana, tan propia del siglo XXI.
Entonces, antes de que Pepito Grillo acabe con toda mi cabeza cual manzana devorada por un gusano, le doy un besito. Me da igual el resto del mundo. Sus pensamientos, sus acciones, sus loquesea.
Poco tiene de verdad afirmar en este momento que me importan, que les den, joder.
Porque ojalá abundaran personas a las que una quiere abrazar y besar y amar y respetar y más ñoñerías. Ojalá. Ahí se queda, ese deseo expresado en condicional. ¡Gracias profe de lengua! Por enseñarme que hay objetivos no-posibles.
Porque quizá alguna personita que lea estas líneas y no esté tan chalada como yo se piense que acabo de describir un beso con otras intenciones a las que yo tengo.
—Hola, hermano, te presento a la amistad.
Comentarios