Cara.

Buenas tardes, mi amor.
Hace un par de días que no puedo dejar de pensar en ti, en lo que fuiste durante veinticuatro horas y en lo que podrías haber sido. Un regalo del destino el segundo mejor de mi corta vida—, el pegamento que uniese nuestros corazones, el motivo de un dolor de cabeza en la lucha por el nombre, lágrimas felices y sonrisas tristes.
Fuiste poco y eres tanto.
Te escribí una primera misiva fallida que aquí intento retomar con mucha fuerza. Siento la profunda y dolorosa necesidad de hablarte, pero no encuentro las palabras. Ni siquiera sé por qué las busco con este ahínco característico mío cuando sé que jamás las escucharás, mi angelita.
No espero que me perdones, cometí un error fatal. No el de darte muerte, querida, sino el de afirmar lo no comprobado previamente. Hay que estar en la situación para saber cómo serás-estarás en la situación, se ha convertido en mi nuevo eslogan. Pocas cosas tengo tan claras como mi postura ante ciertas cosas. O tenía. Aunque no quiero entrar en temas escabrosos, son sólo las diecinueve y cuatro de mi vida.
Lamento honestamente haber sido una jovencita que creía saber mucho y, aun sabiendo bastante, sabía menos de lo que creía.
Ya nunca te conoceré, Cara, mas no puedo dejar de pensar en tu belleza. Habrías sido tan hermosa, mi niña, con tus ojazos de brownies disfrutados en un parque inglés, tu boquita de frambuesa, tu corazón latino y tu carácter mediterráneo. Te deseo un poquito más —sólo un poquito— de lo que te habríamos dado, no quiero que seas caprichosa. Ojalá seas feliz, cariño, y te prometo que cuando llegue el momento nosotras, que no seremos las mismas, llenaremos el limbo de magia tal y como la primavera hace con los cerezos.
Te quiero, pequeña.

Comentarios