El porqué de la no utilización de champú para el lavado de las cejas.
Actualmente estoy
leyendo un libro de Luis Piedrahita, el nombre es algo así como ¿Cada cuánto hay que echar a lavar un
pijama? No me acuerdo exactamente. Aunque probablemente haya acertado.
Prometo que no he mirado.
Desde hace bastantes
años hablo conmigo misma. Y sostengo firmemente que es sano. Últimamente es
tendencia numerar las cosas que hago. Previamente no hago la cuenta, pero me da
una seguridad matemática que pocas veces he tenido en mi vida. Lo dice una
chica que nunca aprobó la asignatura en cuarto de E.S.O. Y sí, aquí estoy,
cursando mi segundo año de bachillerato.
Me ocurre a veces,
mientras realizo acciones automáticas como lavarme los dientes, que me vienen
frases a la cabeza que nunca he mencionado. Las tomo como citas de antiguas
vidas. Las más extrañas combinaciones de palabras aparecen ahí, como tomadas de
un libro que está en mi estantería por leer.
De todas maneras,
estoy leyendo a Piedrahita, en general, me está gustando bastante el libro. Por
primera vez me estoy obligando a leer un rato cada día. Solía leer mucho. Ahora
leo bastante poco, siempre me entretengo con otra cosa. Sobre todo desde que
tengo novio.
Recientemente leí un
mini-capítulo sobre los pijamas.
Anoche, cuando me
disponía a meterme en la cama, me quité el albornoz y me di cuenta de lo muy
poco que me gusta. Quiero decir, ¿por qué alguien los diseñaría? Son para
vestir en casa solamente, excepto si perteneces a la etnia gitana y tienes que
ir a las dos a buscar a los niños al cole. Por otra parte, te abrigan, pero no
duermes con ellos, a no ser que tengas mucho frío o te quedes frito en el sofá
mirando una peli sobre asesinatos y violaciones en Antena 3. Por lo que, cuando
vas a la cama, ¡adiós calorcito que estuve cosechando en ti durante toda la
tarde-noche!
Así de cruel es irse
a dormir para mí.
Esta noche me he
duchado y me he puesto mi albornoz. Aún a sabiendas de que iba a tener que
quitármelo y pasaría frío antes de irme a soñar con los angelitos.
Já. Me acabo de
acordar de que cuando aún los SMS eran la última tendencia entre los jóvenes yo
mensajeaba mucho a mis amigas casi las veinticuatro horas del día. A la hora de
dormir no les daba sabios consejos como “no comas mucho” o “no te pongas albornoz
o tendrás frío cuando te lo quites” sino que les deseaba soñar con Benjamín
Rojas, con tíos que estuviesen como trenes y demás guarradas inocentes.
Teníamos un gran crush por Benjamín Rojas, pero nunca me
planteé practicar sexo con él. Será, principalmente, porque no supe
concretamente en que consistía el sexo hasta los 17 años.
Incluso mis barbies
hacían el amor. Las ponía desnuditas en su cama con Ken —también desnudo—,
frotaba un poco sus zonas y ¡a dormir! Pero no tenía ni idea.
Mis barbies nunca
hicieron ni recibieron sexo oral.
Tampoco tenían albornoces.
Tampoco tenían albornoces.
(17 de enero de 2014)
Comentarios