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Mostrando entradas de septiembre, 2010

Disertación astronómica.

Lloraba estruendosamente, mas eso no le impedía seguir tomando instantáneas de los transeúntes que circulábamos por la avenida Constelación. Vacilante me acerqué a él y me senté a su lado. Alzé la vista. —¿Qué te pasa cielo? La gente no apartaba su mirada de mí. "La chica a quien no le importa estar mojada." Probablemente pensaban < >. —Cuando él va yo vengo. Cuando él viene me marcho. ¿Puedo afirmar que lo extraño? Perpleja me quedé cuando aquellas palabras escuché. —Dicen que somos polvo de estrellas —supuse. —Ajá... De hecho lo somos. "¡Ya! No me gusta hablar sin conocimiento de causa." Pero callé, no soy (tan) borde. —Pues quizá sí puedes afirmarlo. Una vez ví al astro rey en presencia de su amante colorido y tú, su hijo. —Su hijo maricón —repuso al borde del llanto. —Bah, ¿por qué me has mentido? —¿Te gustaría tomar un café? —¿Para...? ¿Qué quieres, disponer de aún más tiempo para llorar? —Vale, ¿te hace, entonces, una taza de Nesquik? —Per...

A su manera no, a la mía.

Increíblemente segura de sí. No hicieron falta palabras. Aunque hubo quién, infructuosamente, las usó. ¡Vaya gasto innecesario de saliva, no se enteran de que me da igual! Gritaba ella vivazmente. A los cuatro vientos no, a los cuatro tipos de calores. El del África y sus acompañantes, cuyos nombre ignoro. ¡Hacía tanto calor!

Trying to come back.

Y ya no importa nada. Porque he apreciado desgana en sus palabras. Y esa desgana tiene una misión, afirmar que yo tengo, tuve y tendré razón. Yo escribo. Bah, escribimos. A mí se me va la cabeza por las personas. Pero eso no cambia nada. El sol y la luna. El calor y el frío. La luz y la oscuridad. Un abismo nos separa. Y ya no importa nada.