Ilusión.

¿Ponerme triste porque no haré mi sueño realidad o ponerme contenta porque tuve la capacidad de soñar? Al fin y al cabo en eso consiste la ilusión, en esperanzas, deseos que ansiamos, pero que, al menos aún, no son realidad. Fe en que algún día, en algún momento, conseguiremos dar ese pequeño pasito que nos lleva por el camino hacia la felicidad.
Podré llorar porque sé que no daré el susodicho paso, mas ¿quién me ha convencido, sino yo misma, de que eso no pasará? Me llamarán negativa. Pero según mi forma de ver la vida, soy exactamente lo opuesto pues, prefiero llorar hoy abriéndole las puertas a nuevos sueños y no mañana, después de tanto haber luchado y aún así sintiéndome fracasada, habiendo perdido todo rastro de esperanza.
La ilusión, ¿necesaria para vivir? ¿Qué tipo de ilusiones puede tener alguien que lo tiene (casi) todo? ¿Qué tipo de ilusiones puede tener alguien que ha perdido la fe? La ilusión de la muerte quizá (y con esto me llamarán sádica o algo parecido, todos aquellos ignorantes que no saben más que oír, sin permitirse escuchar jamás), la ilusión de poder dejar este mundo tan negativo y pesimista (obviamente, a sus ojos). ¿Qué tiene que pasar para que alguien se quiera, por siempre, marchar? ¿Qué tiene que pasar para que alguien se quede sin ilusiones?
Yo podré estar muy triste. Podré ser pobre. Tener un mal de amores. Estar muy enferma. O demasiado sola. Pero nada ni nadie me podría quitar las ganas de ver al sol brillar en un día nublado o las ganas de ver una sonrisa en una persona “vacía”, las ganas de aprender, y con ello, ser capaz de enseñar.
Porque en esta vida tenemos muchos, muchísimos sueños y no podemos pretender hacerlos todos realidad.
Porque como dijo Novalis “el mundo se convierte en sueño, el sueño en mundo”. Podremos rechazar algunos sueños, perder esperanza, pero “todo se transforma, nada perece” y si yo de verdad quiero, confío en mí y en que mi sueño tiene posibilidades de ser cumplido, luchando lo conseguiré.

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