Me enamoré de una stripper.
Mi chica del tren.
Bonita, pueril, exultante.
Llevaba unos pantaloncitos terrible pero alegremente cortos, asomaban por ellos sus braguitas verde guerra de encaje. No dejaba de subírselos para enseñar las nalgas, no dejaba de bajarse las braguitas. ¡Y qué piernas! Tersas, pálidas, suaves, infinitas.
Los zapatos no me gustaban, eran muy de los setenta. Horteras. Sencillamente negros con un poquito de plataforma. No necesitaba tacón.
La camiseta era de niña pequeñita, como ella. Turquesa, con flores en el pecho. De mangas cortas, cubriendo escasamente el comienzo de sus bracitos.
Y su cara...
Su cara de niña cansada y nerviosa. Con ganas de llegar ya a su parada.
Tenía el pelo rubio, teñido. No me gustaba el color, pero a ella le quedaba bien. Una coleta y un flequillito que le tapaba la mitad de la frente. Mal cortado, probablemente por ella en su afán de auto-estilista.
Los ojos azules. Sólo acepto los ojos azules de mi Cobain, pero me enamoré de los de ella. No muy grandes, curiosos, con a penas un poquito de rímel. Llevaba la cara lavada. Los pómulos rosados por naturaleza. Calor, agobio, natural belleza. La nariz pequeñita, de niña.
Una expresión altanera. Lenguaje corporal nervioso. Se colocó y recolocó su falso bolso de Louis Vuitton mil y un veces. Y lo mismo con el enorme bolso de cuero negro. ¡Maldito enorme bolso de cuero negro!
Mi stripper.
Me transmitió una compasión tal que la habría cogido, llevado a casa, bañado, dado una sopita, arropado y leído un cuento inocente para que olvide su enorme bolso de cuero negro.
Me transmitió un amor maternal increíble. Pero amor al fin y al cabo. De esos que la obligaría a contraer el complejo de Electra. Mi pequeña.
Bonita, pueril, exultante.
Llevaba unos pantaloncitos terrible pero alegremente cortos, asomaban por ellos sus braguitas verde guerra de encaje. No dejaba de subírselos para enseñar las nalgas, no dejaba de bajarse las braguitas. ¡Y qué piernas! Tersas, pálidas, suaves, infinitas.
Los zapatos no me gustaban, eran muy de los setenta. Horteras. Sencillamente negros con un poquito de plataforma. No necesitaba tacón.
La camiseta era de niña pequeñita, como ella. Turquesa, con flores en el pecho. De mangas cortas, cubriendo escasamente el comienzo de sus bracitos.
Y su cara...
Su cara de niña cansada y nerviosa. Con ganas de llegar ya a su parada.
Tenía el pelo rubio, teñido. No me gustaba el color, pero a ella le quedaba bien. Una coleta y un flequillito que le tapaba la mitad de la frente. Mal cortado, probablemente por ella en su afán de auto-estilista.
Los ojos azules. Sólo acepto los ojos azules de mi Cobain, pero me enamoré de los de ella. No muy grandes, curiosos, con a penas un poquito de rímel. Llevaba la cara lavada. Los pómulos rosados por naturaleza. Calor, agobio, natural belleza. La nariz pequeñita, de niña.
Una expresión altanera. Lenguaje corporal nervioso. Se colocó y recolocó su falso bolso de Louis Vuitton mil y un veces. Y lo mismo con el enorme bolso de cuero negro. ¡Maldito enorme bolso de cuero negro!
Mi stripper.
Me transmitió una compasión tal que la habría cogido, llevado a casa, bañado, dado una sopita, arropado y leído un cuento inocente para que olvide su enorme bolso de cuero negro.
Me transmitió un amor maternal increíble. Pero amor al fin y al cabo. De esos que la obligaría a contraer el complejo de Electra. Mi pequeña.
"The lady who I feel
maternal love for cannot look me in the eyes, but I see hers and they are blue
and they cock and twist and masturbate..."
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