Un placer hedonista.
—¿Sabes qué? —¿Qué? —Creo que me rayo mucho. —¿Mucho? —Demasiado… —¿Demasiado? —¿Seguirás actuando como mi eco mucho más? —No. Simplemente pensaba. —En voz alta. —Ya. Ella suspira. Él retoma la conversación. —Y, ¿por qué lo haces? —Porque… No sé. —Sí lo haces. —Es que soy humanista, o ilustrada. Agnóstica. Joven. Qué sé yo. —Sabes más de lo que crees saber. —Sólo sé… Él interrumpe. —Que no sé nada. —No me interrumpas —dice ella irritada. —Perdón. —A lo que iba, sólo sé que sé muy poco. —Aprendamos. —Por eso me rayo. —Soy el mejor. —Lo sé. —Otras cosa más que sabes. Ni se te ocurra volver a cuestionarme mi egocentrismo. —De acuerdo. Aunque sabes que lo haré. —Qué se le va a hacer… —Habrá que intentarlo. —¿Entonces? —Lo intentaré, procuraré no volver a cuestionártelo. —Gracias. —Las tuyas. Ambos sonrientes. Él concluye. —Las nuestras.