Hoy.

Hace mucho tiempo que no escribo y dedicar estas líneas a aquellas personas es un triste reflejo de mi personalidad melancólica. Curiosa por el pasado, ansiosa por el futuro, inquieta en este turbulento presente que a veces está muy dormido.
Hoy voy a pensar en todas las personas a las que en algún momento quise y, si me mantengo fiel a mis creencias, aún quiero. Analizaré las causas y, con agridulce pesar, admiraré las consecuencias. Estoy eufórica por decir que las quise, en algún momento de mi vida valieron la pena. Disfruto usar el pasado porque realmente valían una mierda. ¿Alguien habrá evaluado el valor de la caca? Seguramente. ¡Vaya mundo!
Hoy voy a pensar en las personas a las que aún quiero y en cómo y cuantísimo ha cambiado mi manera de quererlas. Las personas cambiamos y con ello cambian los rasgos que otros aman de nosotras. Dejamos de amar el verde y aprendemos a amar el fucsia. No siempre. Pero cuando ella nos importa lo intentamos duramente. Aunque el verde fuese maravilloso.
El verde es maravilloso. Lo quiero en mí todo el tiempo. No hay mejor cosa. Hay mejores personas, circunstancias que vivir, lugares, canciones, poemas, historias. Pero nada como el verde. Amo el verde casi tanto como lo amo a él. Aunque a él le conozca mejor. El verde no me da disgustos.
No soy feliz. Por eso voy a alimentar mi espíritu trágico con toda esta porquería melodramática. La culpa es de O, de E y de N. Por aparecer sin ser llamadas. Por venir sin tener cabida en mi actual vida, sin reservar habitación en mi actual corazón.
No amo a muchos. Y no quiero amar a nadie más.
A pesar de la horrible soledad que sentí el pasado jueves.
Todo da igual, porque ellas ya no están. Ya nadie es guapo o feo. Ni está ni deja de estar acompañado. Nada importa porque el tiempo ha pasado. Y aunque hoy les dedique tiempo y tinta no las voy a dejar entrar. Porque soy más feliz en este grado de infelicidad.
Sí. Así. Sin la segunda parte de la comparativa. Fin.

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