Nella doccia.

Siempre preferí llorar en la ducha para facilitar el ocultamiento de mis sollozos y no ser capaz de contabilizar las lágrimas derramadas, fusionadas con las gotas de agua emanando del cabezal de la alcachofa.
   
Se dice, se cuenta, se rumorea que la primera vez que te rompen el corazón es la peor. Discrepo. La primera vez duele, pero no tanto como la segunda. La segunda vez no se trata de un corazón a secas, sino de trozos del mismo aglutinados gracias al pegamento de la esperanza que trajo un nuevo amor. La segunda ruptura del corazón involucra esa nueva ilusión romántica marchitándose. Un trance que te arrastra por los pasillos de la negación de la existencia de Cupido y tantas pamplinas mitológicas.
Tras la pérdida se niega el amor, en realidad no le amaba, le mentía cuando en la cama le decía que era el amor de mi vida. Cómo nos equivocamos.
   
Y cómo me equivoco yo escribiendo esto, cuando ni siquiera lo siento.
Sólo sé que duelen los amagos de ruptura y que, como leí una vez el amor no muere.

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